Un abrazo que sacude al continente: Lula, Cristina y la resistencia de los pueblos

Editoriales06 de julio de 2025Jess BergesJess Berges
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El abrazo entre Lula y Cristina no fue una simple escena privada, ni un gesto diplomático, ni una foto para la posteridad. Fue un acto profundamente político. Fue un posicionamiento. Y, sobre todo, fue un mensaje. No sólo para Argentina, sino para toda la región.

Ese encuentro no responde a una agenda bilateral entre gobiernos. No es un tema de cancillerías. Es una afirmación ética y política de dos dirigentes regionales que, con sus historias, con sus cuerpos, con sus biografías atravesadas por la persecución judicial y mediática, se plantan ante un escenario global que exige definiciones. Lula y Cristina no se abrazan solo entre sí. En ese gesto simbólico se abrazan los pueblos que resisten. Se abrazan las memorias de quienes lucharon por la democracia, por la soberanía, por la justicia social. Y se abraza el futuro que aún está en disputa.

Lula, que supo lo que es estar preso por desafiar al poder, puso el cuerpo. Como lo hace hoy Cristina, privada de su libertad por un sistema judicial servil a los intereses del poder económico. Como lo hacen las militantes detenidas injustamente por expresarse, por protestar, por decir basta. Poner el cuerpo no es una metáfora: es literal. Es ofrecerse al castigo de los poderosos sin renunciar a la verdad. Es pararse frente al aparato represivo con dignidad y sin bajar la mirada. Y también es una interpelación. Porque si ellos y ellas ponen el cuerpo, ¿nosotros qué vamos a hacer?

Es tiempo de que la militancia también lo haga. De volver a la calle. De ocupar el debate. De no ceder el sentido común. Porque lo que se está jugando en Argentina no es sólo un gobierno: es el pacto democrático, es la soberanía, es el alma de un pueblo.

No es casual que este abrazo se produzca el mismo día en que Lula asume la presidencia pro tempore del MERCOSUR. No fue un desliz de agenda. Fue una decisión política. Eligió dejar en segundo plano la foto con Javier Milei, el mismo que pone al destino de los argentinos a merced del Estado genocida de Israel, alineándose sin matices con Netanyahu, mientras el pueblo palestino es masacrado. En ese gesto, Lula traza un límite. Se para del lado de los pueblos que luchan, no del lado de los imperios que oprimen.

Mientras tanto, en Argentina, se encarcela a mujeres por manifestarse simbólicamente. Se detiene a quienes ayudan en las inundaciones. Se hostiga a quienes hacen política. Se intenta imponer el miedo como doctrina de gobierno. Pero lo más perverso no es solo la represión: es la manipulación cultural que la justifica. Ya lo explicó Philippe Burrin en Hitler y los judíos, al describir cómo el nazismo construyó una narrativa que deshumanizaba a los judíos. Se los nombraba una y otra vez con palabras que los alejaban de su condición humana, hasta que exterminarlos parecía un acto necesario.

En Argentina, los medios hegemónicos y las redes sociales funcionan hoy como una aguja hipodérmica. Inyectan odio, desinformación, desprecio. Repiten etiquetas como “corruptos”, “militontos”, “planeros”, hasta que el castigo se naturaliza y la compasión desaparece. Así se construye el consentimiento del horror.

Por eso el abrazo de Lula a Cristina no es sólo personal. Es una advertencia. Es una señal de que el continente está mirando. Que hay una historia en común que se niega a ser borrada. Que hay una esperanza que no se deja disciplinar.

Poner el cuerpo es el primer paso para ponerle límites al poder. Y cuando quienes tienen historia, coraje y convicción lo hacen, a nosotros nos toca seguir ese gesto. Nos toca multiplicarlo. Nos toca organizarnos, defendernos, resistir.

Porque cuando los de arriba pactan con el imperio, los de abajo se abrazan para no caer.

Y el cuerpo, ese que quieren doblegar, es también nuestra bandera.

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