De la resistencia individual a la colectiva: cuando una marcha se convierte en un grito antifascista

Los dichos de Javier Milei en Davos no fueron solo un ataque al colectivo LGBTIQ+, sino un síntoma de un proyecto político que busca legitimar el odio y la desigualdad. La respuesta en las calles demostró que la resistencia no es individual: es colectiva, organizada y capaz de enfrentar el avance del fascismo con la fuerza de la diversidad y la memoria.

Editoriales02 de febrero de 2025Jess BergesJess Berges
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Los dichos del presidente Javier Milei en Davos, dirigidos contra las comunidades LGBTIQ+, no son un ataque aislado. Son parte de una estrategia que legitima el odio y la discriminación, un intento de instalar, desde la narrativa oficial, una ideología que normaliza lo inaceptable. Como una aguja hipodérmica, sus palabras penetran en el tejido social, inoculando prejuicios y rencores que, tarde o temprano, se traducen en violencia.

 

Cuando la máxima autoridad de un país se pronuncia frente al mundo incitando, directa o indirectamente, a la intolerancia, ¿qué podemos esperar de quienes se referencian en él? No se trata solo de discursos aberrantes: es un proyecto político que busca retroceder sobre derechos ya conquistados, desmantelar consensos democráticos y fragmentar el tejido social. El amedrentamiento hacia el colectivo LGBTIQ+ no es un ataque aislado; es un ataque directo contra toda la sociedad, porque una democracia que permite la discriminación deja de ser democracia para convertirse en un privilegio de unos pocos.

 

ANTE LOS DISCURSOS DE ODIO, RESPONDEMOS CON AMOR Y ORGANIZACIÓN

 

Frente a este panorama, los movimientos sociales no tardaron en responder. Lo que comenzó como una convocatoria en defensa del colectivo LGBTIQ+ se transformó en algo más grande: un acto de resistencia colectiva. Las calles se llenaron de feministas, trabajadores organizados, sindicatos, juventudes, organizaciones de derechos humanos y ciudadanos de a pie. Porque la lucha por la dignidad no pertenece a un solo grupo: nos pertenece a todos.

 

Cada cuerpo en la calle fue un grito que desbordó las consignas para convertirse en un eco que atraviesa generaciones: el fascismo no se combate solo con argumentos; se enfrenta con presencia, con organización y con la certeza de que somos más los que soñamos con un mundo justo. El fascismo no se manifiesta únicamente en la violencia física; también habita en discursos que deshumanizan, en políticas que excluyen y en silencios cómplices que permiten que el odio crezca.

 

Por eso, marchar es mucho más que caminar. Es recuperar el espacio público, es reencontrarnos en la diversidad, es reconstruir lazos que nos devuelvan la esencia de lo colectivo. En cada bandera, en cada cántico, en cada abrazo entre desconocidos, se gestó una respuesta que dice: no tenemos miedo.

 

EL FUTURO SE CONSTRUYE EN LAS CALLES

 

Después de dos guerras mundiales, de dictaduras, de genocidios, parece absurdo tener que seguir explicando por qué el fascismo es un peligro. Pero la historia nos enseña que el olvido es el terreno fértil donde florece la intolerancia. Como dijo Hugo Chávez: “Para enterrar al fascismo, primero hay que sepultar a su padre: el capitalismo.” Y es que el fascismo no es un accidente; es la expresión más brutal de un sistema que necesita desigualdad para sostenerse.

 

Frente a eso, la resistencia no es una opción: es una obligación. Porque cada derecho conquistado fue primero un sueño imposible para alguien. Y si estamos aquí, marchando, escribiendo, gritando, es porque sabemos que el futuro no se decreta desde un atril en Davos: el futuro se construye en las calles, en la organización, en la convicción de que el amor y la dignidad siempre serán más fuertes que el odio.

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