Cristina y el nuevo mapa del poder: la disputa por el futuro de la Argentina

El 18 de junio, el movimiento nacional volvió a tomar las calles. No fue solo una marcha: fue un acto de reafirmación política. Mientras Milei profundiza la entrega y se alinea con intereses extranjeros, el pueblo se alinea detrás de su conducción histórica. Cristina no está sola. Y Máximo empieza a asumir un rol central en la continuidad del proyecto.

Editoriales22 de junio de 2025Jess BergesJess Berges
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Una marcha por convicción, no por consigna

La movilización del 18 de junio no respondió a una coyuntura aislada ni a una consigna puntual. Fue la expresión de un momento político más profundo: el pueblo peronista, en todas sus formas, salió a decir que no acepta la proscripción de Cristina Fernández de Kirchner. No fue una marcha “contra”, fue una marcha “por”. Por soberanía, por memoria, por conducción política.

En medio del intento sistemático de borrar del mapa a la única figura que se le plantó al poder real en la Argentina, el pueblo eligió estar presente. No en redes, no en discursos aislados: en la calle.

La proscripción como estrategia del poder real

La condena judicial contra Cristina no puede entenderse como un hecho aislado. Es parte de una estrategia sostenida de disciplinamiento del campo nacional y popular, que no se da solo en Argentina. Es una matriz regional: los liderazgos que cuestionan el poder económico son perseguidos, demonizados y excluidos mediante mecanismos judiciales.

Cristina no fue condenada por corrupción. Fue condenada por haber elegido otro camino: el del trabajo, la inclusión, la industria nacional, la soberanía económica. Y por haberlo sostenido frente a los embates de los sectores más concentrados de poder.

La calle no es nostalgia: es política en movimiento

El 18 no se marchó por el pasado, sino por el futuro. En cada cántico, en cada bandera, en cada pancarta casera había algo claro: no hay proyecto popular sin Cristina. Su liderazgo no es decorativo, es operativo. No se impone desde arriba, se construye con el vínculo que forjó con millones. Ese lazo no lo destruye ninguna condena. Marchamos también porque frente a un gobierno que degrada al pueblo, todavía existe un pueblo que se organiza. No se trata solo de resistir: se trata de disputar sentido.

Milei y la subordinación al poder global

Mientras el pueblo marcha, el gobierno profundiza la entrega. El alineamiento absoluto con el Estado de Israel, incluso en un contexto de tensión bélica con Irán, rompe con la política exterior argentina basada en el no alineamiento y la soberanía. No se trata solo de diplomacia: es subordinación ideológica, militar y económica.

El Estado de Israel —denunciado por prácticas de apartheid y crímenes de guerra contra el pueblo palestino— se ha convertido en el aliado privilegiado de Milei. Enviar ayuda militar, alinearse en conflictos ajenos, y ofrecer tierra y recursos a ciudadanos israelíes mientras el pueblo argentino se empobrece, no es política exterior: es colonialismo disfrazado de modernidad. 

Este alineamiento impacta en multiples planos: en la economia, porque se desvian recursos mientras se recortan derechos, en la soberania, porque se  habilita la injerencia de potencias extranjeras en territorio nacional, y en la seguridad, porque se expone al pais a posibles conflictos importados. Todo bajo una falsa idea de modernidad, que en realidad es dependencia maquillada de alianza estrategica.

La crisis social como telón de fondo

En paralelo, la economía real se desploma. Aumenta el desempleo, el trabajo informal y el hambre. Incluso quienes tienen trabajo registrado están hoy por debajo de la línea de pobreza. En este contexto, la idea de financiar la migración y radicación de ciudadanos extranjeros con planes de ayuda económica, mientras se ajusta a jubilados, estudiantes y trabajadores, resulta provocadora.

La entrega de la Patagonia, por goteo o por loteo, no es solo una teoría: es una política. Y frente a eso, el pueblo empieza a volver a escena.

Máximo: la política que emerge en medio del silencio

En este escenario de intento de silenciamiento, empieza a alzarse otra voz. En nombre de su madre, y del legado de su padre, Máximo Kirchner empieza a ocupar un lugar que no se autoproclama, sino que se construye. Para quienes lo seguimos desde hace años, su rol de cuadro político ya era evidente. Pero para muchos, empieza a revelarse ahora como una figura con proyección histórica.

La militancia, que siempre lo tuvo en órbita, lo mira ahora con otros ojos. No solo como hijo de dos ex presidentes, sino como alguien que supo interpretar el momento político, resistir el pragmatismo electoral y sostener convicciones en tiempos de derrota. Máximo no es un emergente ocasional: es alguien que formó parte de cada etapa del proceso político que nos trajo hasta acá. Con formación, lectura y coherencia.

No se trata de herencias biológicas, sino de construcción política. Y hoy, con Cristina siendo blanco de proscripción y judicialización, su figura empieza a perfilarse como una posible continuidad del proyecto. Con su propio estilo, con su propia impronta, pero con la misma raíz: la del amor al pueblo y la defensa del modelo nacional.

El amor como potencia política

La marcha del 18 fue mucho más que una reacción. Fue una demostración de amor político. Ese amor que incomoda a los poderosos porque no se compra ni se negocia. Ese amor que genera mística, pero también genera organización. Que no se construye con marketing ni encuestas, sino con historia y lealtad.

No fue una despedida. Fue un comienzo. Un nuevo capítulo en la disputa por el destino de la Argentina. Con Cristina como bandera, con Máximo emergiendo, y con un pueblo que volvió a decir presente.

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