Geopolítica de la entrega: Nos mira desde el norte

Los dichos del futuro embajador de Estados Unidos no son un exabrupto diplomático. Son la confirmación de un rumbo entreguista, donde la Argentina abandona su soberanía para convertirse en peón de ajedrez ajeno. ¿Qué país quedará cuando termine el experimento libertario?

27 de julio de 2025Jess BergesJess Berges
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Hay gestos que no necesitan traductor. La forma en la que Peter Lámelas, futuro embajador de Estados Unidos en la Argentina, se pasea por nuestro territorio, opina sobre nuestras decisiones soberanas, y da instrucciones sobre con quién debemos comerciar, dice más que mil cables diplomáticos. Su presencia y sus dichos nos recuerdan —con la crudeza de un puño sobre la mesa— que hay quienes aún sueñan con una Argentina subordinada, dócil, alineada sin chistar a los intereses de un mundo que no elegimos.

La novedad no es el embajador. Es la actitud del gobierno nacional, que lejos de defender la autodeterminación del pueblo argentino, celebra con entusiasmo cada guiño que llega desde Washington. Un presidente que cita a los libertadores pero gobierna como gerente de los intereses externos, no solo deshonra la historia, sino que compromete el futuro.

Porque no se trata solo de discursos. Se trata de hechos. La entrega sistemática de nuestras capacidades estratégicas, la renuncia a tener política exterior propia, y el alineamiento automático con una potencia que no oculta sus intenciones. La ruptura con los BRICS, la parálisis del Mercosur, el intento de cerrar vínculos con naciones que podrían permitirnos crecer con autonomía: todo responde a un mismo guion, dictado desde afuera y acatado sin pudor desde adentro.

Nos prometieron que vendría la libertad, pero lo que llegó fue la obediencia. Una política exterior que se arrodilla no nos hace más libres, nos vuelve más vulnerables. ¿Qué lugar tiene la Argentina en el mundo que imagina este gobierno? Claramente no uno de protagonismo ni dignidad, sino de sumisión y dependencia.

Mientras tanto, las mayorías padecen. Porque cada acuerdo que se firma sin pensar en el pueblo, cada pacto geopolítico que prioriza las ganancias de unos pocos, termina reflejándose en la mesa vacía de millones. Y cuando un embajador extranjero habla de “combatir las fuerzas malignas de China” desde nuestro suelo, no solo insulta nuestra inteligencia: evidencia que para ellos, nuestro país es apenas un tablero.

Hay algo que este pueblo tiene claro desde hace tiempo: la patria no se vende. Y si hoy quienes gobiernan olvidaron esa lección, serán las mayorías organizadas las que la recuerden. Porque la historia argentina —esa que se escribe con luchas, con sangre y con memoria— ya demostró que más temprano que tarde, los proyectos que renuncian a la soberanía terminan cayendo. Y que lo que renace, siempre, es el deseo de una Argentina libre, justa y para todos.

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