Hospital Penna resurge: así se recupera tras la inundación

A 30 días de una de las peores inundaciones que golpeó a Bahía Blanca, el Hospital Interzonal Penna —epicentro del drama y de la resistencia— comienza lentamente a ponerse de pie. La imagen de neonatólogos rescatando a oscuras a recién nacidos, con el agua hasta las rodillas, marcó a fuego a toda la comunidad. Hoy, ese subsuelo devastado ya no tiene barro ni agua, y se trabaja contra reloj para rehabilitar sus servicios esenciales.

Ubicado en un predio de cuatro manzanas, el Penna se convirtió en una trampa natural durante el diluvio del 7 de marzo. El agua ingresó como una ola por el estacionamiento y arrasó con todo a su paso. “En minutos, el agua nos llegaba a la cintura”, recuerda Matías, uno de los trabajadores que estuvo en el rescate. La oscuridad total potenció el caos, y la prioridad fue una sola: salvar a los bebés.

El subsuelo, donde funcionaban Neonatología, Terapia Intensiva y salas de cirugía, sigue fuera de servicio. Sin embargo, ya se iniciaron tareas de recuperación: ventilación, pintura, limpieza profunda y control de humedad para evitar hongos. El olor a humedad se mezcla ahora con el de los nuevos trabajos de reacondicionamiento.

Más de 200 agentes sanitarios se desplegaron en la zona, junto a equipos de limpieza hospitalaria, para devolverle vida al Penna. Mientras tanto, se reorganizaron áreas críticas: se trasladaron camas a otras partes del hospital y se recurrió a instituciones vecinas como el Hospital Italiano y el Español para resolver urgencias. También se montaron consultorios externos y se repuso el parque de ambulancias.

El gobierno provincial anunció una inversión de 22 mil millones de pesos para el centro médico, dentro del Plan de Reconstrucción Integral de Bahía Blanca. Esta inyección de recursos permitirá restablecer los servicios perdidos y mejorar la infraestructura dañada.

Las historias del personal del hospital reflejan el compromiso que sostuvo al Penna en sus horas más oscuras. Matías, por ejemplo, trasladó a un bebé prematuro en brazos, con el agua a la altura de las piernas. Cristian, su compañero de seguridad, interrumpió sus vacaciones para sumarse a las tareas de limpieza. “Había 30 centímetros de barro en el piso”, relata.

El esfuerzo fue colectivo: trabajadores, voluntarios y la comunidad entera se unieron. Las donaciones llegaron desde todo el país. La más significativa fue la de laboratorios farmacéuticos que enviaron dos quirófanos, camas de terapia intensiva y respiradores. A mediados de marzo, el hospital agradeció la solidaridad, aunque pidió frenar el envío de insumos por falta de espacio.

Los profesionales de la salud también recibieron un esquema especial de vacunación, ya que estuvieron expuestos a residuos hospitalarios y líquidos cloacales. Las marcas del agua aún se ven en las paredes, recordando hasta dónde llegó el desastre.

Con 40 años de historia y una comunidad profundamente vinculada a su personal, el Penna avanza en su reconstrucción. “Tengo 38 años en ese quirófano, nunca imaginé algo así”, dice Valeria Vincent, instrumentadora quirúrgica. Hoy, como tantos otros, se enfoca en una sola misión: devolverle al hospital su ritmo vital.