La nueva delincuencia urbano marginal Vol.II

La modificación de los códigos tradicionales de la delincuencia (no robar en el propio barrio, no consumir sustancias y mantener en secreto la "profesion" ) fue el resultado de una transformación en las condiciones generales de existencia colectiva.

Es sabido que un proyecto de reformas económicas estructurales también moldea un tipo de sociedad, y eso de refleja incluso en el delito. Miguel retoma el pensamiento del sociólogo francés Emilio Durkheim para evaluar estos acontecimientos. Siempre existe un tipo de delito "esperado".

Cuando los patrones que lo definen son alterados por hechos aberrantes el autor diría que el tipo de esa acción es patológico, de la misma forma que cuando se intenta modificar el orden social para producir cambios políticos establecerá que es idealista.

En una sociedad integrada es muy sencillo descubrir un delincuente patológico o un idealista, lo complejo sucede cuando el tejido social se rompe y la anomia (falta de normas y ausencia de moral compartida) se transforma en la regla. Es ahí que ya no existe forma de clasificar lo "normal", por eso es imperioso registrar las nuevas manifestaciones que se van sucediendo. Y es ahí que surge el concepto de "urbano marginal". Jóvenes de las periferias urbanas, con familias desintegradas y fácil acceso al mercado de consumo cruzados por años de desempleo y ausencia de instituciones que puedan procesar sus nuevas demandas.

La "gente normal" se escandaliza por el espectáculo osado de los resultados del modelo. Ya en 1997, se hablaba de una crisis de la seguridad y de la incapacidad de la política para resolverlo. Hoy tenemos casi el doble de actores sociales marginados en relación a esa época, estamos atravesando los duros costos de pasar de ser una sociedad con el 25% de excluidos a una que apunta a consolidar el 40%. Nuevamente las condiciones generales de existencia colectiva están cambiando y no hay parámetros.

Las instituciones están en una crisis profunda y se retiran de los territorios. Es natural que el delito cambie nuevamente y que la manifestación de esta nueva ola sea más violenta y despiadada que la anterior. Es muy difícil explicar los costos de una transformación tan profunda, el esfuerzo que le dijeron a muchos argentinos que había que hacer no era solo con el bolsillo. Está en riesgo la convivencia social y esos momentos suelen ser muy incómodos para los que defendemos sociedades integradas porque implica rediscutir los castigos.

Durante años la corriente abolicionista se coló en la opinión pública para instalar la discusión sobre conveniencia de la "pena". Los medios lo confundieron oportunamente con "garantismo" y construyeron un relato sobre el orden y la justicia.

Cualquier proyecto de transformación debe establecer sus castigos y sus normas. Muy lejos de hacer un culto de la subordinación no se debe escapar a definir compromisos y establecer acuerdos disciplinarios. Es imposible construir convivencia sin reglas y más aún sin condenar a quién las quebranta.

La Argentina aún tiene una tasa de homicidios baja en relacion al resto de la región y es justamente esa dinámica la que hace de hechos como el de Kim un punto de inflección.Ante este nuevo desafío que implica esta nueva ola de Inseguridad en la Provincia de Buenos Aires, también es imperioso discutir que fuerzas de seguridad necesitamos; como se van a capacitar, cuanto van a ganar y de que manera se va a administrar el delito.

Si, administrar porque el delito no se combate, se administra y se regula. Ya lo dijimos antes "toda sociedad espera una expresión normal de delito". Las ciudades en muchos casos son como una especie de Gran Hermano, se ha invertido millonarios presupuestos en la materia y sin embargo nunca alcanza.

Hay delitos penados con poco rigor y el sistema educativo es excesivamente laxo como agente de internalizacion de pautas. Difícilmente se resuelva este problema solo dando un debate penal pero hay que darlo con seriedad. Si eso implica romper paradigmas establecidos habrá que hacerlo.

Eso implica tener un plan de Gobierno para este momento de transformaciones sociales profundas. Se debate mucho sobre planes de estabilización económica pero muy poco sobre que políticas sociales deben acompañar esas decisiones económicas.

Gobernar el caos es un desafío mayor y hay que adaptar las instituciones y el Estado a esa nueva situación. No hacerlo es una irresponsabilidad.