Francisco: el eco de una revolución posible

Desde el corazón del sur, Francisco desafió lo establecido y dejó abiertas preguntas que aún hoy nos interpelan: ¿qué Iglesia queremos? ¿qué mundo estamos dispuestos a construir?

27 de abril de 2025Jess BergesJess Berges

Desde el sur del mundo, un hombre sencillo, hijo de inmigrantes, sacudió los cimientos de una de las instituciones más antiguas y conservadoras del planeta. Francisco no fue solo el primer Papa argentino, fue, ante todo, el primer Papa que entendió que la fe y la política, la esperanza y la justicia, el amor al prójimo y el grito de los pueblos, no podían ir por caminos separados.

Lo hizo sin estridencias, sin romper vitrinas, pero abriendo puertas que parecían selladas para siempre. Le habló al mundo de una Iglesia que no era refugio de perfectos, sino casa para pecadores. De una fe que no se encierra en los templos, sino que camina en la calle, se mezcla con el barro, abraza al migrante, escucha al diferente, pelea por el pan y el trabajo. Puso en cuestión privilegios enquistados, abrió espacio a quienes siempre habían sido dejados afuera, insistió en la necesidad de ampliar los horizontes, de mirar las heridas y no esconderlas bajo el mármol.

¿Puede una voz sencilla resonar más que los tronos?
¿Puede un llamado al lío ser más potente que el silencio del conformismo?

Francisco sembró preguntas donde otros sembraban certezas. Señaló la injusticia sin miedo a incomodar. Denunció un sistema que descarta vidas como si fueran residuos. Abrazó a víctimas que otros no querían ver. Levantó la voz ante la violencia y el horror de las guerras, incluso cuando el precio era ser incomprendido. Apostó por los jóvenes, no para moldearlos, sino para que fueran protagonistas de su tiempo.

¿Qué Iglesia soñó Francisco cuando pidió que salgamos a las periferias?
¿Qué mundo imaginó cuando recordó que “esta economía mata”?
¿Qué nos quiso enseñar cuando puso a los últimos en el centro del mensaje?

Hoy, mientras el mundo despide a quien fue mucho más que un líder religioso, cabe preguntarse si su revolución fue solo un paréntesis o si será semilla capaz de romper el cemento.
Si seremos capaces de recuperar esa pasión de barrio, esa mirada que no se resigna frente a la injusticia, esa fe en que un mundo más justo, más humano, no es una utopía ingenua, sino una necesidad urgente.

Francisco no canonizó a las instituciones; canonizó la ternura, la calle, la vida real.
¿Estaremos a la altura del eco que deja su paso?
¿O preferiremos seguir mirando para otro lado?

Tal vez, su herencia no esté en los salmos, sino en las preguntas que hoy nos desvelan.

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